El autismo es un trastorno del desarrollo que en los últimos años ha obtenido más visibilidad, especialmente en la infancia. Esta condición generalmente dura toda la vida y no tiene cura; aunque sí que existen tratamientos para integrar a quienes la padecen, en la medida de lo posible, con la sociedad. Aunque los expertos todavía no determinan las causas de su aparición, todos coinciden en la importancia de diagnosticarla a temprana edad, para brindar a los niños afectados la ayuda que necesitan.
Si has empezado a sospechar que tu hija o tu hijo puede ser autista, a causa de ciertos comportamientos inusuales, lo mejor que es que le observes detenidamente para despejar tus dudas. Estas son las siete señales a las que debes poner atención para reconocer la enfermedad.
Índice
Rutinas específicas
Los niños autistas establecen conductas que pueden parecer imposibles de comprender para los demás. Por ejemplo, acomodar sus juguetes en un orden muy específico, pasar mucho tiempo mirando un objeto en concreto o tocar repetidas veces otro. Por lo general, cuando los padres u otra persona intentan llamar su atención, su reacción no es la más favorable.
Pueden incluso volverse agresivos si se les interrumpe en sus rutinas, o se les separa de aquellos objetos que parecen provocarles fascinación. Conforme los pequeños crecen, esta es una de las señales más notorias.
Problemas para comunicarse tanto verbal como no verbalmente
Otra pauta que parece ser normal en los chicos con autismo, son sus dificultades en la comunicación. A menudo aprenden a hablar más tarde que los demás, (pueden tardar hasta dos años en hacerlo), porque les cuesta reconocer gestos y objetos. Cuando son muy pequeños, rara vez balbucearan o pronunciarán más de dos o tres palabras.
Después de los seis meses esta característica se hará patente, pues puede manifestarse mediante comportamientos como emitir ruidos fuera de lo común, hablar con un tono de voz inusual (a veces parece que cantan o imitan a ciertos personajes de la tele), o no responder a los juegos más básicos, como buscar algo que sus padres han ocultado o reaccionar cuando le piden que diga una palabra, o haga un gesto. La ausencia de expresiones tan cotidianas como sonreír o señalar, es otro detalle a tener en consideración.
Actividades e intereses limitados
El autismo se caracteriza por una serie de conductas muy restringidas en quienes la padecen, a tal grado de manifestar intereses o comportamientos demasiado repetitivos. Así, los niños pueden llegar a «obsesionarse» con un solo objeto, mirándolo y tocándolo por horas o centrar su atención en ciertos detalles de su entorno, en los que no cualquiera repararía normalmente: una letra, la pieza de un mecanismo, un dibujo, etc.
No es raro que también manifiesten movimientos corporales que se vuelven distintivos en ellos, como balancearse, girar sobre ellos mismos o mover la cabeza, entre otros.
Sensibilidad extrema en los sentidos
Las personas autistas son demasiado sensibles con los estímulos del exterior, de manera que pueden reaccionar de un modo exagerado cuando perciben algo con el tacto, el gusto, el olfato, la vista o el oído. Por ejemplo: ciertos ruidos los pueden alterar al punto de hacerlos llorar de la desesperación, no soportan el tacto de cosas determinadas (como el césped, la arena), y muestran demasiada incomodidad ante la luz en determinados lugares y horas del día. Así mismo, el olor y el sabor de algunas comidas podrían irritarlos de sobre manera.
Otros aspectos que delatarán esta característica, serán comportamientos como fijar la mirada en objetos con un movimiento determinado, y llorar cuando les cortan las uñas o los bañan.
Incapacidad para reconocer los riesgos
Los pequeños con autismo requieren de una supervisión constante, ya que al estar tan centrados en su propio mundo, no son conscientes de los peligros que los rodean. Ellos podrían cruzar la calle sin fijarse en los autos, caminar sin ver que hay algo en su camino o moverse sin precaución en lugares como piscinas y exteriores.
Problemas para socializar con otras personas
Una de las características que más angustia a padres y madres de niños con este trastorno, es su desinterés para relacionarse con otros niños; algo que irá en aumento mientras crezca. Los autistas tienden a aislarse y no son buenos para lidiar con las multitudes. Situaciones como reuniones familiares o un patio de recreo congregado les incomodan de sobremanera.
Por eso no es de extrañar que busquen un sitio para esconderse y se nieguen a hablar con los demás. Otro inconveniente es que normalmente tampoco pueden establecer contacto visual con nadie, lo que hace difícil que los demás los entiendan.
Rechazo a los contactos físicos
Usualmente, los pequeños con autismo tienden a odiar que se los toque o se los cargue, sin hacer una excepción con sus padres. Es fácil darse cuenta de esto si sientes que, al sostener a tu hijo o hija en brazos, sus músculos se ponen rígidos, o también si nunca te llega a pedir que le levantes del suelo o le abraces.
Ligado a esto se encuentra su constante cambio de actividad: un momento se los puede ver siendo sumamente hiperactivos, moviéndose por toda la casa y al siguiente quedarse quietos por horas.
¿Qué hacer si mi hijo o hija reúne todos los síntomas?
Lo primero que debes saber, es que solo un médico calificado podrá confirmar el diagnóstico, de modo que no esperes para acudir con un especialista. Existen tratamientos diversos para lidiar con esta enfermedad, entre ellos, la administración de ciertos medicamentos y terapias alternativas, como la estimulación con música, la acupuntura y el uso de imágenes para reforzar la comunicación.
Ante todo, nunca olvides que tu niño o tu niña necesita de todo tu cariño y comprensión, aunque no pueda demostrarte lo mismo. Una plática adicional con tu psicólogo de confianza, te ayudará a sobrellevar lo que sucede y prepararte para situaciones futuras. Afortunadamente, hoy en día también hay muchas iniciativas de inclusión para no discriminar a los autistas, así que mantente optimista. Siempre se puede salir adelante.
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