Antes de la primera Navidad, Dios se encontraba en el cielo preparando una gran fiesta junto con todos los ángeles, para celebrar el nacimiento de Jesús. Así pues, el creador los reunió a todos para asignarle a cada uno, una misión especial: el ángel mas grande y fuerte, sería el encargado de bajar a la Tierra para proteger a María y a José, quienes al no encontrar posada en la ciudad de Belén se habían refugiado en un establo del frío.
Luego estaba el coro de ángeles cantores, quienes con sus bellas voces irían a anunciarle a los pastores sobre la llegada de su nuevo rey. Después estaban los ángeles serviciales, quienes ayudarían a María a cambiar pañales, calentar la leche y abrigar a Jesús. Los angelitos más cariñosos irían a hacerle mimos al bebé en su cuna y a arrullarlo para que durmiera.
Poco a poco, todos los ángeles fueron abandonando el cielo con una tarea que cumplir. Se fueron todos menos uno, el más pequeñito de todos. El pobrecito lloraba desconsolado, pensando que Dios no iba a confiarle nada porque sus alas todavía no habían crecido lo suficiente como para ir a la Tierra. Pero al mirarlo, el creador sonrió y lo llamó para que acudiera a su lado.
—Ya sé lo que estás pensando, que no te di nada que hacer porque eres muy chiquito —le dijo—. Pero te equivocas, he guardado la tarea mas importante de todas para ti.
—¿De verdad, Dios? –preguntó el angelito esperanzado.
—Así es, necesito que te quedes en el cielo para sostener la estrella que hice para el Niño Jesús, la más brillante de todas. Debes mantenerla en su lugar pues de lo contrario, no podrá guiar a los pastores, ni a los reyes que están en camino al portal de Belén.
El pequeño ángel miró la estrella que Dios sostenía en sus manos y de pronto sintió miedo.
—Pero yo soy muy chiquito y no sé si pueda sostenerla por tanto tiempo —dijo—, mira mis alas, ¿cómo voy a estar tanto tiempo en el cielo, con lo pequeñitas que son?
—Cuando la fuerza de voluntad es grande, no hay ningún obstáculo que nos impida lograr lo que queremos —le respondió Dios–. Te he encargado esta tarea porque sé que tienes un buen corazón y amas al Niño Jesús. Pero si sigues teniendo tanto miedo, me temo que tendremos que cancelar esta Navidad.
Alarmado, el angelito negó con la cabeza y tomó la estrella. Luego voló con todas sus fuerzas hasta el mentoles nocturno que se extendía sobre Belén y sujetó el astro en lo alto, inundando al mundo con su luz. Esa noche llegaron los pastores, los Reyes Magos y muchos otros visitantes a adorar a Jesús, gracias a esa estrella milagrosa que aun hoy, sigue brillando para darnos esperanza cada Navidad.
Desde entonces, el pequeño angelito no volvió a lamentarse por el tamaño de sus alas ni a sentir temor. Ahora sabía que con la fuerza de su amor, podía lograr todo lo que se propusiera.
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