Un herrero trabajaba siempre acompañado de su fiel amigo, el perro. Donde iba el hombre su compañero constante estaba a su lado, tanto si trabajaba como a la hora de comer.
Cuando el herrero trabajaba el perro descansaba o dormía a su lado todos los días y por muchas horas hasta que su amo termine su labor, pero si comía algo este fiel compañero se despertaba y levantaba en el acto, movía su cola y se desesperaba como pidiendo un poco de alimento.
Una mañana de aquellas, en la que el herrero trabajaba duramente para comer y hacer sus pagos, se le ocurre simular estar muy enojado con el perro, pues el herrero que había observado la actitud del perro desde hace días, tomando una pequeña vara le dice a su perro:
-Vamos, vamos pequeño holgazán, levántese (mientras lo golpeaba con suavidad para asustarlo un poco), ya no sé que hacer contigo. Me la paso martillando el yunque para comer y así poder vivir decentemente y tu te la pasas durmiendo todo el día, y cuando empiezo a comer luego de trabajar duramente durante todo el día, vienes sin haber hecho nada y te desesperas y mueves tu cola por mi comida.
¿Acaso no sabes que para comer hay que trabajar todos los días ya que esa es la fuente de toda bendición, y que ni tu, ni nadie que no trabaje tiene derecho a comer, sino solo quienes realmente si nos esforzamos cada día? dijo así el herrero mientras parecía muy enojado con su perro. Si no vas a esforzarte por ganarte la comida tendrás que esperar.
Quien no trabaja y honestamente, no debería ni comer.
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