En el capítulo anterior de nuestro cuento, vimos como la princesa se refugiaba en una cabaña del bosque, sin darse cuenta de que esta pertenecía a la terrible bruja Baba Yaga. Cuando la hechicero volvió a entrar en su hogar, el olor de la muchacha llegó hasta ella, haciéndola arrugar la nariz.
—No te extrañes, abuelita —le dijo aquella joven tan bondadosa, que se había hecho amiga de la princesa—, pues hace rato pasaron dos ancianos y les ofrecí algo de agua.
—¿Y por qué no los invitaste a entrar? —preguntó Baba Yaga con enojo.
—Es que eran demasiado viejos para ti, no ibas a poder devorarlos con tus dientes.
—Muy bien, de ahora en adelante no olvides invitar a pasar a todos los viajeros, ¡y asegúrate de que no puedan salir! —exclamó, antes de dejar la habitación.
Recuperó la princesa su forma humana y salió de la escoba, para seguir ayudando a la joven con su bordado. En ese momento, ambas decidieron que tenían que encontrar una forma para escapar de la bruja. Pero tan pronto como hubieron dicho estas palabras, Baba Yaga volvió a aparecer ante ellas arrugando la nariz.
—¡Qué asco! ¡Aquí apesta a carne humana! —dijo llena de furia.
—Pues abuelita, mira quien te está esperando —le dijo su joven criada, señalando a la princesa.
Ella sintió tal pavor al ver a la bruja, con sus dientes afilados y sus piernas de palo, que estuvo a punto de desmayarse ahí mismo.
—¿Por qué no están trabajando? —les preguntó la anciana con crueldad, mandándolas a recoger leña para encender el horno.
Así, las puso a las dos a avivar el fuego hasta que la estufa se encontró ardiendo y entonces tomó una pala de gran tamaño.
—Siéntate querida, sobre esta pala —le dijo a la princesa, pues tenía la intención de ponerla en el horno para cocinarla y preparar un estofado.
Pero cuando la muchacha se sentó y Baba Yaga intentó meterla al fuego, ella colocó un pie en la estufa y otro en la pared para impedir que lo lograra.
—¿Acaso no sabes sentarte como se debe? —le espetó Baba Yaga, impaciente— ¡Debes quedarte quieta! Mira como me siento yo y aprende.
Acto seguido, la bruja se sentó correctamente en la pala y las jóvenes aprovecharon para empujarla dentro del horno, atrancando la puerta con troncos y corriendo fuera de la cabaña. Llevaron con ellas un cepillo, un peine y una toalla bordada.
Corrieron y corrieron, mientras a sus espaldas oían gritar a Baba Yaga:
—¡No podrán escapar!
Tiraron entonces el cepillo y este se convirtió en un arbusto tan espeso, que ningún humano hubiera podido atravesarlo. Pero Baba Yaga abrió un agujero con sus uñas afiladas y siguió persiguiéndolas a toda velocidad.
Las chicas tiraron entonces el peine, que se transformó en un bosque muy frondoso. Las dos se internaron en él, pero Baba Yaga usó sus dientes para abrirse paso, arrancando los árboles desde la raíz y ya estaba a punto de alcanzarlas…
CONTINUARÁ…
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