Historias de la Biblia para Niños

Eliseo y el leproso

Eliseo era un joven que había nacido en el campo y todos los días se levantaba muy temprano para ararlo. Este muchacho, como muchos campesinos, pensaba que viviría toda la su vida para hacer siempre lo mismo, sin embargo se equivocaba: Dios tenía un plan muy especial preparado para él. Un día, mientras Eliseo estaba sembrando la Tierra, el Señor le habló y provocó un enorme torbellino que lo llevó hasta el cielo.

Cuando Eliseo regresó a la Tierra, se había convertido en un profeta más y estaba dispuesto a propagar la palabra de Dios. Dejó todo lo que tenía y se fue a recorrer el mundo, para ayudar a las personas y hablarles sobre el amor del padre celestial.

Así fue como Eliseo llegó a hacer muchos milagros: sanaba a las personas, les daba de comer o les ayudaba a recuperar a sus seres queridos.

Un día, la fama de Eliseo llegó a oídos de un poderoso capitán que vivía en Siria, llamado Naamán. Él en otro tiempo había sido un hombre fuerte y saludable, pero ahora se estaba muriendo poco a poco, pues había contraído lepra, que es una enfermedad muy grave que provocaba que le salieran numerosas llagas en la piel.

La esposa de Namaán tenía una sirvienta, la cual había venido desde Israel. Ella, como todos los hebreos, creía mucho en el poder de Dios y conocía muy bien a Eliseo.

—Si tan solo el profeta estuviera aquí, estoy segura de que él podría sanarlo de su lepra —le dijo ella a Naamán—, porque no hay nada imposible para quienes tienen confianza en el Señor.

Intrigado por sus palabras Naamán decidió viajar hasta Israel para ver a Eliseo. Llevó con él alforjas llenas de oro, plata, piedras preciosas y telas finas, un montón de regalos para convencer al profeta de que lo sanara. Sin embargo, a Eliseo no le interesaban las riquezas, pues siempre ayudaba a los demás sin esperar nada a cambio.

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Cuando vio a Naamán, le dio un consejo:

—Debes bañarte siete veces en las aguas del río Jordán y cuando salgas de ella, te habrás curado por completo.

Al principio, al capitán no le hicieron gracia sus instrucciones. ¿Por qué tenía que ir a lavarse al Jordán y no podía hacerlo en las aguas de Siria, su tierra natal? Naamán se puso de muy mal humor al ver que tendría que tomarse muchas más molestias de las se había imaginado. Afortunadamente, sus siervos lo convencieron de hacer caso de las palabras de Eliseo y finalmente fueron al río.

Allí, Naamán se bañó siete veces como le habían indicado y cuando salió del agua, se dio cuenta de que todas sus llagas habían desaparecido. ¡Estaba curado!

Lleno de felicidad, el capitán volvió a Siria y decidió que a partir de entonces, adoraría al único y verdadero Dios. Siempre estuvo muy agradecido con Eliseo por haberlo sanado, además de demostrarle que, para las personas buenas que tienen fe, efectivamente no hay nada que sea imposible.

Eliseo y el leproso 1

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