La historia de hoy habla acerca de un hombre paralítico, que no podía caminar, ni usar sus piernas. Él padecía la necesidad de sentarse o acostarse todo el tiempo.
Por aquel entonces. Jesús iba de pueblo en pueblo haciendo milagros y todos querían verlo. Justamente unos días atrás, acababa de curar a un hombre que tenía lepra en el poblado vecino. La gente se emocionaba muchísimo en cuanto oían que Jesús iba a pasar por su pueblo, ya que querían ver un milagro o sanar sus propias enfermedades.
Entonces, cuando Jesús entró en una de las casas en Capernaum —el pueblito del hombre paralizado—, las personas rápidamente se reunieron a su alrededor, en una casa muy pequeña. Llegó tanta gente que no quedaba espacio, ni siquiera fuera de la puerta. También había gente reunida afuera para ver o escuchar a Jesús cuando saliera.
Y aquí es donde las cosas se pusieron interesantes.
Hubo cuatro hombres que escucharon que Jesús estaba en la ciudad y decidieron llevar a su amigo paralítico sobre una estera, para ver si podía ser sanado. Tan pronto como llegaron a la casa en donde se hallaba Jesús, se dieron cuenta de que no podrían pasar a verlo.
Cargar a su amigo era bastante pesado y con cada minuto que pasaba, él se sentía más desesperado por ver a Jesús. No sabía cuánto tiempo se quedaría en la ciudad, ¡tenía que verlo ese mismo día!
A alguien se le ocurrió la idea de subirlo al techo de la casa. parecerá extraño, pero en aquel tiempo las casas se construían de manera diferente a la que estamos acostumbrados ahora. La mayoría de las viviendas tenían escaleras exteriores para llegar al tejado. De esta manera, las personas podrían usar dicho espacio como una habitación más. Era como tener una terraza en el techo de la casa.
Además, el techo no estaba hecho con grandes piezas de cemento o maderas pesadas, sino que tenía tejas o yeso que se podían levantar o romper fácilmente para hacer un agujero.
Después de excavar a través del tejado, los hombres bajaron el tapete en el que estaba acostado el paralítico, y lo bajaron delante de Jesús.
En aquel instante, todos los presentes escuchaban atentamente a Jesús cuando notaron algo que provenía de arriba. El techo se desmoronó un poco, todos dejaron de hablar y miraron hacia arriba para ver qué está pasando.
Muchas personas se habrían sentido molestas por tal interrupción, pero Jesús esbozó una sonrisa mientras bajaban al hombre. Ellos estaban tan seguros de que él podría curarlo; que no les importaba tomar el riesgo de meterse en problemas.
Lo primero que dijo Jesús cuando vio que creían fue:
—Hijo mío, tus pecados están perdonados.
Esto desde luego, no era lo que el hombre esperaba oír desde que había visto a Jesús, lo que realmente quería era poder caminar.
Sin embargo, Jesús estaba consciente de que era lo más necesitaba este hombre, porque sabía lo que había en su corazón. Si bien vivir paralizado era algo muy difícil, aún peor era no ser perdonado.
En ese momento, algunos de hombres importantes de la ley lo escucharon perdonar al desdichado y comenzaron a pensar: «¿Cómo se atreve este hombre a perdonar pecados? Solo Dios puede hacer eso».
Inmediatamente Jesús supo lo que estaban pensando y les dijo:
—¿Por qué están pensando estas cosas?
¡Cuánto se asustaron ellos al descubrir que Jesús sabía lo que estaban pensando!
—¿Qué sería más fácil: decirle al paralítico ‘Tus pecados te son perdonados’ o decir ‘Levántate, toma tu colchoneta y camina’? —preguntó Jesús— Quiero que sepan, de ahora en adelante, que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.
Esto puede ser un poco difícil de entender; Jesús estaba tratando de comunicarse con los hombres de la ley para decirles que era el Hijo del Hombre, y que Dios le había dado el poder de perdonar pecados y sanar a las personas. Y lo cierto es que estas cosas no pueden ser hechas simplemente por una persona normal, solo por Dios.
Antes de que terminara la reunión, Jesús se inclinó hacia el paralítico y le habló con una sonrisa:
—Levántate, toma tu colchoneta y vete a casa.
Entonces el hombre se levantó, tomó su estera y se puso de pie a la vista de todos. sus ojos estaban llenos de lágrimas al ver que podía levantarse e irse a casa. Inundado por la felicidad, le dio las gracias a Jesús y también un fuerte abrazo. Ahora reía sin parar y hasta bailó un poco al salir. Sin embargo no se fue fue directo a casa … ¡tenía que contarle la buena noticia a todos sus amigos!
La multitud estaba muy asombrada y alabaron a Dios diciendo:
—¡Nunca habíamos visto algo así! Ahora sabemos que con fe, todo es posible.
¡Sé el primero en comentar!