Fábulas de Esopo

El ciervo enfermo y sus visitantes

En lo más espeso del bosque vivía un ciervo que siempre era muy sociable con todos, a tal grado que muy a menudo salía de su casa para pasear un conversar con los otros animales. No sabía estar solo y su mayor temor, era quedarse sin amigos. Por eso procuraba mostrarse amable con todo el mundo. Algunos animales lo querían sinceramente.

Pero otros, solo esperaban el momento de aprovecharse de su carácter noble y gentil.

Cierto el día, el ciervo cayó muy enfermo y después de visitar al búho, que era el doctor del bosque, este le recomendó guardar reposo en casa y no salir para nada en los siguientes siete días.

—¡Todo ese tiempo encerrado! —exclamó el ciervo— Pero me voy a aburrir muchísimo en casa, ahí no tengo a nadie con quien platicar.

—Puede pedirle a sus amigos que vayan a visitarlo, si tan buenos son.

Y así, el ciervo se marchó a su hogar y espero la visita de sus conocidos. El primero en llegar fue el asno, quien fingió sentirse muy preocupado por él.

—¡Pero que mala cara tiene, vecino! Espero que se recupere pronto —le decía, mientras tomaba unos cuantos bocados de la pradera del ciervo.

Más tarde vino un cordero, que de la misma manera solo había acudido para comer.

—Ojalá muy pronto recupere la salud —le dijo al ciervo, aparentando estar muy interesa en su mejoría.

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Más tarde acudió la cabra, que al igual que los anteriores visitantes, parecía más preocupada por comer un poco de hierba que por la salud de su anfitrión.

—¡Si yo pudiera hacer algo para que te sintieras mejor, no dudes que lo haría! —le dijo, con la boca llena de pasto— Pero ni modo, a guardar reposo hasta que el doctor lo indique, vecino.

Así, todos estos animales fueron visitándolo de tanto en tanto, hasta que el pedacito de pradera del ciervo se quedó vacío y él no tuvo nada que comer. Y ahora se lamentaba muy amargamente.

—¡Pero que tonto he sido! Ahora no solo me voy a morir por enfermo, sino también de hambre —dijo—, ¿quién me manda a ser tan permisivo con las visitas?

Por fortuna todavía quedaban en el bosque animales que lo querían bien, y estaban realmente interesados en que se mejorara. Entre ellos la zorra, la golondrina, la oruga y el propio búho, le estuvieron llevando comida por lo que restaba de la semana, hasta que se sintió mejor.

Una vez que se hubo restablecido, el ciervo se buscó una mejor pradera en la que nunca más le faltó de comer. Y aunque ahora seguía invitando de vez en cuando a sus vecinos, ya no permitía que le vieran la cara de tonto, pues había aprendido a distinguir a los verdaderos amigos de los interesados. Además, ya no tenía miedo de estar solo de vez en cuando.

Moraleja: Siempre es mejor estar solo que mal acompañado. No permitas que otras personas se aprovechen de ti en tus tiempos de debilidad, por miedo a la soledad.

El ciervo enfermo y sus visitantes 1

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