El mosquito era una de las criaturas más ingratas y molestas que habitaban en la sabana. Siempre le gustaba salir en los días calurosos a molestar a los otros animales, picotéandolos sin piedad y causándoles enormes ronchas en el cuerpo, que se hinchaban y les daban comezón. Le hacía mucha gracia ver como, a pesar de su insignificante tamaño, era tan fácil provocar dolor a quienes ningún daño le hacían.
Sus víctimas favoritas eran los depredadores, que a veces ni lo notaban debido a su diminuto tamaño. Pero sí que se daban cuenta de los insufribles piquetes con los que les hacía la vida imposible.
—Bestias inútiles —se mofaba el mosquito—, serán muy grandes y todo pero no hay manera en que puedan defenderse de mí. ¡Qué divertido es molestar a los demás!
Y dicho esto, se retiraba produciendo ese penetrante zumbido que, por si no fuera suficiente, se sumaba a los picones como un ruido infernal.
El desagradable insecto vio de pronto a un león que descansaba a la sombra de un árbol y tuvo una perversa idea. No había nada mejor que meterse con el rey del reino animal. Todos lo evitaban por qué el gran gato era muy feroz, pero a él, ¡vaya! A él ni siquiera podría darle caza con lo microscópico que era.
Así pues, el mosquito comenzó a picotear al león por todas partes, y este se quejaba y rugía, y trataba de aplastarlo con sus grandes zarpas sin éxito, solamente causándose más daño.
—¡Ja! Tonto león, tonto, tonto y mil veces tonto —clamaba el mosquito, sin dejar de enterrar la trompa en sus patas, su cabeza, su lomo y hasta su cola, que se movía desesperada tratando de librarse de él.
Cuando el insecto se cansó, se retiró volando a toda velocidad mientras el león lo maldecía. Tan ocupado estaba el mosquito en escapar, que no se dio cuenta de que enfrente de él había una enorme tela de araña. Solo hasta que sintió algo pegajoso enredándose en torno a su cuerpo e impidiéndole el paso, fue que comprendió lo que sucedía.
—¡¿Pero qué es esto?! ¡¿Dónde estoy?! —chilló, entrando en pánico.
Desde arriba de la telaraña, un enorme arácnido se deslizó lentamente hacia él.
—Vaya, vaya, lo que ha caído en mis redes —siseaba—, parece que hoy voy a zamparme a una jugosa presa. Debiste poner más atención mientras volabas, amigo.
—¡Por favor, no me comas! ¡Ten compasión de mí! ¡Nunca le he hecho daño a nadie!
—¿Ah no? ¿Y las veces que te divertías picoteando a todos esos pobres animales? ¡Todos en la sabana te odian! Deberías saber que todo mal acto tiene su castigo tarde o temprano, amiguito —y diciendo esto, la araña devoró a aquel infame mosco, que nunca más pudo molestar a nadie.
Moraleja: No importa tu tamaño ni tu habilidad, si te aprovechas de ellos para hacerle mal a otros, algún día te encontrarás con alguien peor que tú. Nadie está exento de obstáculos o rivales en esta vida.
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