Había una vez una pareja de granjeros que tenía una mangosta, a la que desde pequeña habían criado como a su mascota. Todos los días le daban las sobras de la comida y por las noches dejaban que durmiera junto a su cama. Un día, el granjero y su esposa tuvieron que salir urgentemente de la granja para ir a trabajar, por lo que dejaron a la mangosta con su bebé, pensando que ella lo cuidaría muy bien. Sin embargo, al ver que salían de la casa, una serpiente entró de manera sigilosa y se dirigió hacia la cuna con la intención de atacar al bebé.
Viéndola a tiempo, la mangosta inteligente la detuvo y se puso a proteger al pequeño con uñas y dientes. La serpiente le mostró los colmillos, trató de escapar, pero encontró su muerte en las fauces de la mangosta.
Horas después, la esposa del granjero regresó a su casa y se sorprendió al ser recibida por el animalito. Vio que su boca y sus dientes estaban manchados de sangre y pensó lo peor.
—¡Mataste a mi bebé! —gritó, perdiendo los estribos.
En su ira, entonces, perdió el control y mató a la leal mangosta, antes de que ella tuviera tiempo de defenderse. Cuando se dirigió al dormitorio del bebé, se dio cuenta de que esa seguía vivo y notó a la serpiente muerta a su lado. Solo en ese instante, la mujer lamentó sus acciones.
—¿Qué hice? —lloraba— Si tan solo me hubiera asegurado antes de dejarme llevar por el enfado.
Cuando el granjero volvió por la noche, lamentó mucho la muerte de su querida mascota y la enterró debajo de un hermoso rosal.
Moraleja: Piensa antes de actuar. Hay daños que no tienen remedio y situaciones que se pueden prevenir si evitas obedecer a tus impulsos.
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